La poesía de Pastora Hernández nos conduce a evocar las emociones primigenias que debieron inducir a los hermanos a esta forma de creación, abarcadora de ritmos guardados en el silencio, compañía viva en la soledad, signos desencadenados, resonancias, abierta perspectiva e intimidad profunda. Lo magnifico y lo íntimo, el sufrimiento y el deleite generados por el roce continuo con fuerzas y poderes que nos superan: la vastedad de nuestros sentimientos e imaginación; la maravilla, desplantes y conmociones que entrañan las relaciones con los otros y con el mundo que nos rodea y contiene; el deseo de definición personal y el deseo de fusión; la muerte, la vida el discernimiento de lo sagrado, la idea de renacer como las estaciones y los amaneceres. De conjunto. Estos poemas conforman la historia de un (re)nacimiento que ha sucedido bajo la luz de los propios ojos. Sería, pues, más preciso hablar de un alumbramiento, durante el cual espíritu, alma, cuerpo y lenguaje se han unificado y respiran unánime el oxigeno de esa verdad que nos hace libre.
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